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Emergencia en Filipinas: Hoy necesitamos agua y comida, mañana necesitaremos escuelas

16 de septiembre de 2015 | Todas

Para cualquier niño o niña, los años de escuela, debería ser lo mejor de sus vidas. Pero para muchos de los que he conocido hoy en una escuela al norte de Cebú, la semana pasada fue la peor y más aterradora de sus cortas vidas.
El pasado viernes, docenas de niños y niñas y sus familias cuyos hogares estaban cerca de la escuela – situada en un distrito rural a cuatro horas de Cebú, la segunda ciudad más grande de Filipinas- sintieron con toda potencia la furia de la naturaleza cuando el tifón Haiyan/Yolanda , arrancaba todo a su paso por la pequeña aldea.
Prácticamente todo ha sido destruido. Casas y cultivos, hogares, vecindarios y cualquier forma de sustento fue destrozado en apenas unas horas. Un hombre me contaba como permaneció en su casa, acurrucado y temeroso junto a su familia, viendo atónito como la fuerza del viento destrozaba su casa sin piedad.
Tan pronto como la tormenta empezó a menguar y tuvieron la oportunidad de huir, se marcharon en busca de un lugar que les ofreciera una seguridad relativa dentro del caos. Se refugiaron en un pequeño habitáculo de cemento, la familia de 15 miembros estaba apiñada en una de las letrinas, y sentían estar a salvo. «Cuando la tormenta cesó, -me decía- el terror se apoderó de todos nosotros.»
Mientras estábamos refugiados en el aseo, la tormenta arrasó una escuela cercana. Mirase donde mirase, todo lo que veía eran vigas de acero dobladas y retorcidas de maneras imposibles, esparcidas en todas las direcciones. Amasijos de hierro arrancados de los tejados de las casas se apiñaban sobrevolando el pueblo, hasta que de repente se estrellaban contra el suelo. Las vigas de madera estaban esparcidas, como si se tratara de palillos que apenas pesaban -me contaba.
La escuela, una vez construida con orgullo y cariño para los miembros más jóvenes de la comunidad, ahora quedaba inutilizada.
En el perímetro de la zona dañada, todavía resistían temblorosas algunas estructuras de cemento, parecían las paredes de las aulas. Dentro, cada una de ellas albergaba pupitres rotos, pizarras y vigas de metal, en pilas que llegaban hasta el techo. El tejado había desaparecido, el viento lo había arrancado.
Pasará mucho tiempo hasta poder volver a dar clase en esa escuela
Hoy, la familia que se refugió y rezó por su vida en una letrina de cemento, está viviendo en una de las aulas que han quedado en pie. El tejado está roto y el suelo no está seco todavía. Duermen en el suelo. Han colgado todas sus ropas en una viga, de esas retorcidas, que ha quedado en pie en el exterior. ¿A qué otro lugar pueden ir?
Los niños todavía están en edad escolar, pero pasará mucho tiempo hasta que vuelvan al colegio. El camino para llegar se ha disipado entre las ruinas. A veces los más pequeños ríen y juegan con los escombros en el mismo lugar a donde iban a aprender y estudiar otras, están desorientados, perdidos y sin rumbo, sin un lugar a donde ir.
El recuerdo de la tormenta más poderosa de la historia permanecerá en su memoria el resto de sus vidas.
Hoy necesitamos agua y comida, mañana necesitaremos escuelas.
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