La interminable lucha de los rohingyas por salvar su vida
Parece mentira que estemos en pleno siglo XXI cuando todavía existe el odio hacia los demás en la población. No solo hablamos de personas homófobas y xenófobas; sino también de una clara tendencia antiinmigratoria. La lucha constante de organizaciones como ACNUR no son suficientes para frenar esta tirria hacia el ser humano y países europeos como Italia ya han empezado a adoptar políticas totalmente contrarias a los Derechos Humanos.
Cuando rechazamos la entrada de refugiados al país estamos diciendo un “no” rotundo a la vida de muchas personas. Si son capaces de huir de sus lugares de origen, dejarlo todo y arriesgar su vida y la de su familia por el camino es porque necesitan ayuda. Estas personas no buscan calidad de vida, solo intentan sobrevivir.
El estallido de violencia que se lleva originando muchos años atrás en Myanmar ha obligado miles de personas a huir. Son los llamados rohingya, y la crisis de estos refugiados es una de las más largas que existen y también una de las más olvidadas. Más de seis años llevan luchando por sobrevivir y nadie les brinda la posibilidad de parar la masacre que se está causando hacia ellos.
En tan solo una semana hasta 27.400 personas se desplazaban a Bangladesh en septiembre, tratando de huir de los episodios de extrema violencia que sufrían en sus lugares de origen. Muchos quedaron atrapados en la frontera sin esperanzas de que el conflicto étnico fuese a solucionarse.
La mayoría de personas que huyen de allí son mujeres intentando de salvar la vida de sus hijos. Mujeres violadas y aterradas por haber visto a cientos de personas vecinas morir de un balazo. Muchos de ellos recorren el camino a pie y llegan a pedir refugio sin comer desde que salieron de la aldea. Agotados y enfermos, pero con la necesidad de seguir luchando por cambiar sus vidas.
“A mi marido le dispararon. Yo conseguí huir con mi hijo y mis suegros. Caminamos durante tres días por la montaña”, explica Dilara, una joven madre de 20 años que llegó a Bangladesh con su bebé de 18 meses, descalza, agotada y llena de barro tras el largo viaje.
Los campamentos de refugiados no pueden atender las miles de llegadas diarias, alcanzando el desbordamiento. Necesitan urgentemente ayuda humanitaria; lonas de plástico para cubrir los campamentos, colchones y mosquiteras para atender a los nuevos rohingyas que van llegando.
Tan solo en las 24 últimas horas han llegado más de 20.000 refugiados a Bangladesh, aumentando la cifra a 688.000 personas que huyen de la violencia en Myanmar, según los datos que ha recogido ACNUR.
“A mi marido le dispararon. Yo conseguí huir con mi hijo y mis suegros. Caminamos durante tres días por la montaña”, explica Dilara, una joven madre de 20 años que llegó a Bangladesh con su bebé de 18 meses, descalza, agotada y llena de barro tras el largo viaje.
¿Quiénes son los rohingyas?
Los rohingyas son habitantes que huyen desde hace varios años de Myanmar debido a la violencia extrema que se está ejerciendo sobre ellos. Más de un millón de personas forman este grupo étnico del estado de Rakhine, en Birmania. Lo que los diferencia del resto de la población es que son musulmanes, frente al budismo que se practica en la región.
Este grupo minoritario están considerados como “no ciudadanos” por la teoría de que no se sabe de dónde vienen ni cuál es su origen. Cuando las autoridades se refieren a ellos los llaman “advenedizos”.
Son tratados como inmigrantes bengalíes y están confinados en condiciones precarias de grandes guetos, donde no se frena la violencia hacia ellos por el odio de los pueblos vecinos y del mismo Gobierno.
Más de mil personas habían muerto antes de comenzar este año y otras 270.000 habían huido al país vecino tratando de salvar sus vidas. La respuesta del ejército birmano ha sido atacar contra comisarías por parte de un grupo rebelde de origen rohingya llamado Arakan Rohingya Salvation Army (ARSA).
Se calcula que la represión histórica contra este pueblo ha ido en aumento desde el año 2012, cuando ya eran 100.000 rohingyas los que huían de sus casas. Desde entonces se han ido concentrando en Maungdaw y Buthidaung, dos de las ciudades más pobres de Myanmar.
Es hora de acabar con esta represión y luchar por ellos. No se sabe de dónde descienden y eso no debería tener importancia alguna. Ante todo, son personas. Y les estamos cortando el derecho a la vida.