MSF denuncia que la ayuda no llega a quienes más lo necesitan
La comunidad internacional está fracasando a la hora de asumir sus responsabilidades y prestar asistencia a las poblaciones en situación de emergencia allí donde más falta hace, en aquellas crisis derivadas de pandemias, enfermedades olvidadas o conflictos crónicos que más muertes y sufrimiento provocan, ha afirmado MSF en la presentación de su Memoria Internacional 2005.
Como organización de acción médica que trabaja en más de 70 países, MSF considera insuficiente el compromiso internacional del pasado año en la lucha contra enfermedades como el Sida, la tuberculosis, la malaria, la enfermedad del sueño, el Chagas o el kala azar, que matan cada día a un total de 35.000 personas en el mundo. En su mayoría, son víctimas del desinterés de los donantes, de las estrategias de I+D y de las políticas públicas de salud.
El Sida y la tuberculosis, por ejemplo, no están recibiendo una respuesta a la altura de las necesidades en los países en desarrollo. Las promesas no se están cumpliendo, empezando por los Objetivos del Milenio. Sólo un millón de personas reciben tratamiento contra el Sida, cuando la OMS se había planteado alcanzar los 3 millones de pacientes en 2005; en cambio, el año terminó con más de tres millones de fallecidos y cinco millones de contagios. En cuanto a la tuberculosis, que afecta a un tercio de la población mundial y provoca dos millones de muertes al año, los métodos de diagnóstico tienen 120 años y en los países en desarrollo sólo permiten detectar la mitad de los casos que necesitan tratamiento, son poco efectivos con los enfermos de sida, y no sirven para los niños. Asimismo, los tratamientos fueron descubiertos hace medio siglo y desde entonces apenas ha habido nuevas investigaciones.
Estas carencias son evidentes también en la respuesta a las enfermedades olvidadas, como el Chagas, el kala azar o la enfermedad del sueño, ausentes del actual modelo mundial de I+D a pesar del enorme balance de víctimas que se cobran. Sólo el Chagas (o tripanosomiasis americana) mata a 50.000 personas cada año. Sin embargo, en los últimos 30 años, sólo un 1,3% de los nuevos fármacos desarrollados iban destinados a las enfermedades que afectan a los más pobres. Ante este panorama, y en vista de que los organismos públicos no están asumiendo sus responsabilidades, ni políticas ni financieras, son las organizaciones sin ánimo de lucro, como la propia MSF, quienes acaban financiando estas investigaciones.
Estos fracasos se han dado también a la hora de responder a crisis crónicas en las que se hace necesario un mayor compromiso de ayuda humanitaria, de emergencia, por parte de agencias internacionales y países donantes. Países como República Democrática del Congo (RDC) siguen siendo contextos de emergencia; sin embargo, a pesar de que la transición después del conflicto es un espejismo para gran parte de la población, los programas de ayuda oficial se orientan ya hacia el desarrollo, obviando que miles de personas siguen padeciendo las consecuencias de una violencia sistemática en Ituri, Katanga o los Kivus.
“La idea que se está extendiendo, defendida por la ONU y países donantes, es que la acción humanitaria debe integrarse dentro de un sistema más amplio y coherente, misiones integradas destinadas a consolidar la democratización y el desarrollo y que, sin embargo, pueden tener efectos perversos”, explica Rafael Vilasanjuán, director general de MSF. Así se demostró el año pasado en Níger, donde, en plena crisis nutricional, se pretendió supeditar la distribución gratuita de alimentos a la estabilidad del mercado, una política que puso miles de vidas en peligro. En este país, MSF atendió en 2005 a 60.000 niños con desnutrición severa.
Asimismo, gran parte de los sistemas de salud de África –por consejo de las instituciones financieras internacionales— realizan cobros por servicios que suponen una barrera muy importante para muchas poblaciones empobrecidas. “En RDC los sistemas de recuperación de costes en el sistema público de salud, recomendados por las agencias internacionales, y el olvido de la agenda humanitaria impiden de hecho que los más vulnerables reciban atención médica, y provocan tasas de mortalidad hasta cuatro veces superiores al umbral de emergencia”, recuerda Vilasanjuán, apuntando que “las estrategias de desarrollo nunca pueden aplicarse en detrimento de quienes viven en situación de emergencia diaria”.
En definitiva, 2005 fue un año de claros contrastes, entre emergencias a las que se prestó una respuesta inmediata y masiva, como los países del sureste asiático afectados por el tsunami, y contextos olvidados en los que se hace necesario un mayor compromiso de ayuda humanitaria por parte de agencias internacionales y países donantes, como República Democrática del Congo, Sudán, Somalia o Colombia.